Hay revelaciones que no se anuncian con fanfarria, sino en silencios mínimos. En un momento de pausa, camino de una reunión o durante una mañana como cualquier otra. Sonia Díez tuvo la suya en el interior de un ascensor, poco antes de cumplir los 59. “Ya casi”, pensó frente a la imagen que le devolvía el espejo. Después de décadas orbitando la educación desde todos los ángulos —de alumna a madre, docente o fundadora de centros—, entendió que había llegado el momento de dejar de adaptarse y empezar a decir lo que muchos saben y pocos se atreven a formular: que la escuela, tal y como la conocemos, ya no basta.
				
				
                    	                    
                                
                                Redacción
                            
                                    
				
				
									
				
				
				
				
												
				
				
									
						
					
								
			
							
					
							