La capitalidad resulta un valor añadido para disparar el potencial económico de las ciudades más globales. Sin embargo, esa predominancia geográfica también juega a la contra para sus ciudadanos. Se sitúan en el epicentro neurálgico de urbes más pobladas, con más empresas, más tráfico y, por consiguiente, los precios de todo lo que tienen a su alrededor suelen ser más elevados. Madrid bebe del efecto capitalino, al tiempo que este foco penaliza, por ejemplo, el acceso a la vivienda o encarece la cesta de la compra de sus vecinos. Aun así, Madrid y Barcelona (que replica este fenómeno) no son, en comparación, dos de las ciudades más caras del mundo, y, por ello, se sitúan en una posición destacada en cuanto a la calidad de vida. Sobre todo la capital española, que ocupa el puesto 16 de una clasificación que engloba a 69 ciudades de todo el mundo, y que se enmarca dentro del informe Mapping the World’s Prices 2025 (Mapa de los precios mundiales) que ha elaborado el Deutsche Bank Research Institute. Barcelona, por su parte, se sitúa a mitad de la tabla, en el puesto 43, pese a tener mejor clima y tener playa.