Rothschild. Basta pronunciar este apellido para evocar dinero, poder e intrigas. La chequera de la dinastía ha financiado durante 250 años buena parte de la Historia con mayúsculas. Desde las guerras napoleónicas hasta el canal de Suez o el sueño sionista del Estado de Israel. Mayer Amschel fundó su imperio a finales del siglo XVIII en el gueto de Fráncfort. Días antes de morir firmó su testamento con dos consignas muy claras: los negocios solo debían ser para los varones del clan y había que preservar su raíz judía, recurriendo a la endogamia si fuese necesario. El patriarca se revolvería en su tumba si viese cómo el principal grupo bancario que queda en pie de la semilla que plantó lo dirige una mujer, en cuyas venas no corre la sangre Rothschild y que tampoco es judía.

