La vivienda en propiedad ha sido la puerta de entrada al patrimonio para las familias españolas durante décadas. Ese ladrillo, a la vez hogar y principal activo financierofuncionaba como máquina de acumulación de riqueza, como seguro intergeneracional y también como símbolo aspiracional de ascenso social. Pero el motor ha gripado. Los jóvenes de hoy se enfrentan a un circuito cerrado del que es difícil salir: empleos más precarios, precios residenciales más altos y herencias más tardías. Es un círculo que bloquea la capacidad de ahorro y de compra de una vivienda, y que condena a toda una generación a una posición patrimonial más débil que la de otras a la misma edad. La pescadilla que se muerde la cola. “Gano 1.700 euros y pago 850 al mes por mi casa”, cuenta Alba Leira, de 29 años, inquilina y técnica de laboratorio en Madrid. “Ahorrar algo para una entrada es imposible. Comprar, ni me lo planteo”. Su caso no es una excepción, sino una constante que los datos refrendan.
