En un almacén de Santa Cruz de la Sierra, epicentro comercial de Bolivia, Ivonne Pinaya y su esposo hacen hueco para un cargamento de vasos y envases desechables que pronto llegará desde China. Para pagarlo, Pinaya ha asumido un riesgo al que ha tenido que acostumbrarse este último año: comprar criptomonedas. Se las envía a través de casas de cambio a su hija, en Europa, quien las convierte en dólares estadounidenses para sus proveedores. “Es muy arriesgado, solo con poner mal un dígito la plata se va y se pierde”, dice en referencia a las largas claves de números y letras con las que se accede a las criptomonedas. “Eso le pasó a mi amiga, se equivocaron y le perdieron 50.000 dólares. ¡Es bien terrible!”. Sin embargo, es la única forma de hacer pagos internacionales que empresarios como ella han hallado desde que su país cayó en una de las crisis de escasez de dólares más graves de las últimas décadas.