Son las diez de la mañana y los ciervos pastan entre los árboles que se encuentran dentro del perímetro de la central nuclear de Almaraz (Cáceres). De fondo, las llamadas por altavoz a distintos trabajadores indican que estas instalaciones están en un momento de ebullición. La planta acomete en estos días el conocido como proceso de recarga, en el que uno de sus dos reactores está detenido para retirar el combustible usado y ponerlo en piscinas con agua y boro. Un tercio no volverá a utilizarse —ya que ha alcanzado el máximo de su vida útil—, pasará a ser un residuo nuclear y será sustituido por combustible nuevo. Este movimiento que dura poco más de 30 días y que se hace cada 18 meses, conlleva una contratación extra de personal de unas 1.000 personas, lo que eleva la plantilla actual de la central a unos 2.000 trabajadores.