Las buenas inversiones son aburridas, dijo una vez George Soros. Con los bancos centrales ocurre tres cuartos de lo mismo: cuando sus mandatarios parafrasean al Mario Draghi de la crisis del euro, los titulares encajan, pero algo en la economía está fallando. Ocurrió durante la crisis inflacionista, pero una vez pasado lo peor del temporal, el Banco Central Europeo se ha empeñado en ser el campeón del tedio: llegaba a esta cita tras siete recortes de tipos de interés de 25 puntos básicos en siete reuniones, todos ellos convenientemente anticipados por el mercado, que reducía así al mínimo la volatilidad de acciones, bonos y divisas al anunciarse la decisión. Fráncfort ha puesto fin este jueves a esa racha, tan repetitiva y machacona como efectiva: el BCE ha dejado los tipos de interés intactos en el 2%, algo que no sucedía desde hace un año, y abre una nueva era, más enrevesada, menos clara, en la que sus movimientos se antojan más impredecibles.